Ojito al planteamiento. Una muchacha que trabaja de bailarina de striptease lo deja para hacer hamburguesas en un garito de mala muerte. Prefiere apestar a carne chamuscada que exhibirse, un arrebato de dignidad que su novio maltratador no entiende. Para defenderse de una paliza del tipejo, ella le arrea unos sartenazos y huye sin que nadie la auxilie, mientras él la persigue. Solo le dan refugio en una oficina de reclutamiento de los marines. El maltratador, achantado por un soldado/príncipe valiente, que protege a la damisela, se repliega. Como ven que la chica tiene arrestos y una resistencia física fuera de toda norma (ya hemos visto los sartenazos que reparte), la reclutan para el ejército, donde encuentra una razón de ser y la mandan a Oriente Próximo como espía, a encadenar misiones suicidas para salvar el mundo libre, como una Ramba.
Este delirio, que parece la parodia de Los Simpson de una serie para trumpistas de gorra enroscada, con innúmeros momentos de vergüenza ajena, es la última serie de Taylor Sheridan, a quien se tenía por autor con estilo desde Comanchería y, sobre todo, Yellowstone, que he disfrutado con placer sin culpa. El coso de ahora se titula Special Ops: Lioness, y demuestra que la línea que separa la nostalgia por los vaqueros del militarismo fascistoide es mucho más fina de lo que algunos creíamos. Como esas advertencias contra las drogas que los niños de los 80 nos tomábamos a chirigota: se empieza dándole una calada a un jinete en un rancho de Montana y, cuando te quieres dar cuenta, estás invadiendo países árabes a bombazos.
Claro que es ficción, y en buena medida, un entretenimiento inane, pero inquieta ver lo poco que le cuesta a la nostalgia prender en propaganda ramplona. Por más veces que lo hayamos visto, es un fenómeno que no deja de sorprender.
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